Orígenes de Roma.



El Imperio más poderoso del mundo había de "surgir" o tener su "origen" en el Lacio. Parece que los aborígenes, expulsados de las alturas del Apenino por los Sabinos, bajaron a habitar el Lacio, fundando caseríos como Preneste, Laurento, Lanuvio, Gabio, Aricia, Lavinio, Tívoli , Túsculo y Ardea, pueblos todos libres sin embargo unidos por vínculos religiosos. Reuniendose en lugares escogidos para hacer allí sus ferias latinas. En los años 1300 A.C tuvo el acontecimiento de la llegada de la gente que dio nombre a los Latinos; su metrópoli sagrada era Lavinio, donde eran depositados los dioses penates. Una colonia de Arcadios, guiada por Evandro, se estableció cerca de Tíber, donde fabricó a Palatio. Llegaron después los Troyanos, fugitivos con Eneas de la destruida Ilio. Eneas colocó sus hijos en el trono de Alba. Amulio, el último de ellos, usurpó el trono a su hermano Númitor, y obligó a su hija Rea Silvia a que consagrase su virginidad a Vesta, pero el dios Marte la hizo madre de Rómulo y Remo.

Establecimiento de Roma – 753 A.C

Rómulo, después de haber dado muerte a su hermano, hizo prosperar la ciudad abriendo en ella un asilo y un mercado franco; para procurarse mujeres, robó a las hijas de los Sabinos; separó a los patricios de los plebeyos, pero éstos eran iguales a los primeros merced al patronato; agregándose otros pueblos, constituyó tres tribus, de cada una de las cuales elegía 100 caballeros y 100 senadores.

Los años de 714 A.C y bajando Al héroe sucede el legislador sabino Numa Pompilio, que introdujo muchos ritos etruscos, dividió el pueblo en maestranzas de artes, fundó en la frontera el templo de Jano, que estaba cerrado durante la paz, a fin de que los pueblos no se molestasen, y abierto en tiempo de guerra, a fin de que se socorriesen.

Y así sucesivamente fueron apareciendo conflicto tras conflicto, guerra contra guerra un jefe sucede a otro y este hace nuevas conquista hasta que el pueblo fue formándose, por ejemplo Bajo Tulio Hostilio, después del conflicto de los tres Horacios con los tres Curiacios, Alba es destruida y llevados al monte Celio sus habitantes. Anco Marcio venció a los de Fidena, a los Volscos, Vegentes, Sabinos y Latinos, y abrió el puerto de Ostia y las salinas.

Tal es la historia tradicional de los primeros tiempos de Roma, embellecida por los episodios de Mucio Escévola, Horacio Cocles , Clelia, Bruto, Menenio Agripa, los trecientos Fabios y Coriolano. Todo se halla tan dramáticamente coordinado, tan conforme a las tradiciones de otros países y tan repugnante a los tiempos y a la civilización de entonces, que es fácil ver en aquella historia las invenciones de un poema o cantos que representaban tipos de enteras edades. Sin embargo, todo esto se grabó en la memoria y en los actos de los tiempos sucesivos, y posteriormente se trató de investigar la verdad con ingeniosas conjeturas. Todos convienen en que los Troyanos fueron a Italia, e hicieron pactos con los habitantes después de haberlos vencido (boda de Eneas con Lavinia). Es posible que las siete colinas en que se asentó Roma, estuvieran ocupadas por otras tantas ciudades pelasgas o etruscas, hasta quedar sometidas por una partida de Sabinos; así es que el sabino Tacio reina con Rómulo, sucediéndole a éste el sabino Numa. Vencidos y vencedores se unieron, constituyendo un solo Senado y obedeciendo a un solo rey. A las dos primeras tribus, llamadas de los Ramnenses y de los Ticienses, se agregó la de los Lúceres con los Albanos; y Tarquinio añadió otros cien senadores de ésta, que tomaron el nombre de menores gentes. Al flamin dial y marcial de las dos primeras, se agregó el quirinal; y las vestales, que eran dos, llegaron a ser cuatro y más tarde seis. Rómulo es un jefe de partida, que alberga y protege, al pie de una fortaleza, a mercaderes y agricultores; guerreando gana terreno, que es repartido entre los patricios, quienes ejercen su dominio sobre los plebeyos; si ambos no se dividen en dos castas como en Asia, constituyen dos partidos políticos, que se disputan la preponderancia.

Numa demuestra el carácter sacerdotal de los Etruscos, quienes habían venido a civilizar a los guerreros de Rómulo Quirino; en efecto, la civilización, los ritos, las costumbres y las leyes etruscas tuvieron gran parte en los comienzos de Roma. En cuanto a la religión, los Romanos tuvieron primeramente dos Lares, Vesta y Palas troyanas; admitieron más tarde al latino Jano y al sabino Marte, y al lado de éstos una generación de númenes agrícolas; con gran contraste fueron luego adoptadas las tres mayores divinidades etruscas que se convirtieron en Júpiter, Juno y Minerva. Por fin el Olimpo romano quedó compuesto de seis dioses y seis diosas: Júpiter, Neptuno, Vulcano, Apolo, Marte y Mercurio; Juno, Vesta, Minerva, Ceres, Diana y Venus; llamados Grandes Dioses.

Seguían a éstos los dioses Selectos: Saturno, Rea, Jano, Plutón, Baco, el Sol, la Luna, las Parcas, los Genios y los Penales. Venían luego los dioses inferiores: Hércules, Cástor, Pólux, Eneas y Quirino, llamados indigetes; y los semones: Pan, Vertumno, Flora, Palas, Averrunco y Rubigo. Más tarde adoptaron los de los vencidos.

Con el dominio sacerdotal rivaliza la ferocidad latina simbolizada por Tulio Hostilio en la destrucción de Alba. Anco Marcio sigue conquistando los territorios vecinos, pero al mismo tiempo edifica, civiliza, comunica las religiones e introduce en Roma a los Etruscos. Lucumón de estos era Tarquinio, que simboliza tal vez la edad en que Roma fue tomada a los Sabinos.

Tarquinio, los cuales introdujeron las artes y las comodidades de la gente civilizada, dando a la nación la fuerza que no tuvo la Etruria, y haciéndola capital de una confederación de 47 ciudades. Servio Tulio, jefe de una turba de clientes y siervos etruscos, obtuvo el cetro, y concedió derechos a los extranjeros, no según su cuna, sino en razón de sus riquezas. Repartió las tierras entre los plebeyos, quienes se congregaban en el monte plebeyo del Aventino, no comprendido en el recinto de los muros de Roma.

Para destruir estas franquicias, los aristócratas ayudan a los lucumones, que con el nombre de Tarquino el Soberbio vuelven a dominar en Roma, oprimiendo al mismo tiempo a los nobles sabinos y a los plebeyos latinos: él mismo sacrifica el toro en el monte Albano durante las fiestas latinas. Pero se levantaron las tribus primitivas contra los Tarquinios, y abolieron el reino sacerdotal. Porsena acudió a vengarlos, sojuzgó a Roma e impuso a sus habitantes la prohibici ón de servirse del hierro, a no ser para los trabajos agrícolas. No sabemos cómo sacudieron el yugo los Romanos, quienes, después de la batalla del lago Regilo (primer hecho de certeza histórica), donde pereció la estirpe de los antiguos héroes, constituye ron dos cónsules anuales, elegidos entre los patricios.

Esto no significó la conquista de la libertad. Los reyes no eran absolutos ni hereditarios; su poder estaba limitado por el Senado común y por las instituciones religiosas, que lo regulan todo en los tiempos primitivos. El padre era árbitro de la familia; los sacrificios expiatorios se verificaban por los descendientes varones; los juicios eran sagrados; considerábase como sacramento la contestación civil, y como suplicio la pena. Pero el Romano somete la religión al Estado, y sustituye los sacerdotes por un consejo de padres que nombran un rey, el cual puede ser capitán y pontífice; castiga también a los patricios, pero con apelación al pueblo, esto es, al común de sus iguales.

Por pueblo se entendían las tres tribus, forma común de las sociedades antiguas, y de la cual conviene tratar. Las tribus eran o de familia o de lugar. Las segundas correspondían a la división de un país en distritos y aldeas; de modo que era de la tribu todo el que tenía bienes en aquel circuito en el momento de la institución.

Toda tribu se dividía en diez curias, cada una con sacrificios propios y días de fiesta. Los clientes eran acaso ciudadanos de tierras aliadas, los cuales habían de tener un patrono para ser representados en la ciudad; o delincuentes, puestos bajo el amparo de la casa de algún poderoso, al cual debían obediencia y fidelidad, con obligación de ayudarle a pagar las deudas o rescatarlo si caía prisionero. Los comicios curiados eran formados por gentes, y solo tenían voto los patricios de las treinta curias. Los jefes de las curias formaban el Senado. A los vencidos se les quitaba el terreno, dejándoles solo un tercio; descendían a la categoría de plebe, y no tenían voto porque no estaban inscritos en las curias, aunque había entre ellos familias ilustres; sus bodas no tenían derecho legítimo.

El rey tenía interés en reprimir a los aristócratas, favoreciendo a la plebe, y principalmente Servio Tulio dividió a ésta en tribus locales, donde fueron comprendidos los ricos no patricios, y que se reunían en comicios de tribu y comicios centuriados. Dividió a los patricios, clientes y plebeyos de la ciudad y del campo en centurias, en proporción a su riqueza procurada por la guerra; por cuyo motivo, el gobierno quedaba todavía en manos de los patricios, pero la familia de estos se confundía con el común de la plebe. La misión provincial de Roma consistió en asimilarse los elementos extranjeros; pero con la expulsión de los reyes, los plebeyos quedaron a merced de los patricios, quienes cerraron el Senado a los plebeyos y la ciudad a la gente vecina, celosos de mantener su propia superioridad. Necesitaban fórmulas férreas para obtener el derecho y legitimar el matrimonio y la propiedad. El verdadero poder tenía límites sagrados, fuera de los cuales no se tenía propiedad civil. El padre ejecutaba los ritos de la familia patricia; era déspota, podía azotar, vender y matar a los esclavos, como también a la mujer, si era infiel o borracha; igualmente podía vender hasta tres ve ces a su hijo, y arrancarlo de la silla curul o del carro triunfal, para juzgarlo en su casa. Solo el patricio tenía derecho imprescriptible sobre los bienes, para él solo era la herencia; nadie podía castigarlo cuando cometía alguna falta; solo la Curia declaraba si había obrado mal. Se observaba la estricta letra de la ley, pero no su espíritu ni su intención.

Sin embargo; junto a esta exclusión oriental surgían los plebeyos, quienes representaban la extensión y la igualdad. En el territorio de Roma, entre Crustumeria y Ostia, vivían 650000 personas, además de los esclavos, sin otro medio de ganancia más que la agricultura y el botín, siendo abandonadas a los esclavos las artes mecánicas. En caso de necesidad, recurrían al patricio, prometiendo pagar la deuda la primera vez que fuesen llevados a saquear al enemigo, o hipotecando sus campos.

De esto resultaba que los patricios iban acumulando cada vez más posesiones, que hacían prevalecer en los comicios centuriados; despojado el plebeyo quedaba a merced del acreedor, el cual podía hacerse adjudicar los terrenos hipotecados, o partirlos en porciones y venderlos al otro lado del Tíber. Tribunos de la plebe Tales opresiones irritaron a los plebeyos, que se retiraron al Monte Sagrado, hasta que consiguieron el nombramiento de dos tribunos de la plebe, con la única autoridad de protestar contra las decisiones del Senado; pero habiendo sido considerados inviolables, poco a poco se hicieron poderosísimos dando mucho más impulso a la libertad que los Parlamentos modernos, y consiguiendo para el plebeyo la dignidad de hombre. A fin de tener ocupada a la plebe, los patricios la conducían a interminables guerras, en las cuales, con calculada lentitud y valor indomable por las desventuras, sometieron al Lacio, que estaba dividido entre las dos ligas de Volscos y Ecuos, y de Latinos y Hérnicos. Colonias Sin embargo, de vez en cuando los plebeyos se levantaban para reclamar el agro, nombre que significaba para los pobres el pan y para los ricos el derecho; los patricios lo concedían, aunque fuera de la línea sagrada, en el terreno de los vencidos, que no daba la legal ciudadanía. Allí se mandaban colonias, a cada una de las cuales le era señalada una porción del terreno conquistado. Practicado un hoyo, se sepultaba en él tierra y fruta de la patria, y con el arado se trazaba el circuito de la futura ciudad; la ternera y el buey que habían estado uncidos al arado, eran sacrificados a la divinidad bajo cuyo patrocinio se ponía la colonia. Todo esto se hacía conforme a la madre patria, con triunviros en lugar de cónsules, y decuriones en vez de pretores; pero lo importante era suministrar soldados a Roma, sin adquirir jamás la independencia, como las colonias griegas.